La Colección

Los Bolduque

Si bien Juan de Juni es uno de los escultores franceses más importantes que trabajaron en esta localidad, no podemos olvidar la presencia de la familia Bolduque, que a lo largo de toda la segunda mitad del XVI y primeras décadas de la centuria siguiente tallaron un buen número de piezas repartidas por todo el área terracampina.

Procedentes seguramente de la localidad flamenca de Bois-le-Duc, de donde procede su castellanizado apellido, su arte es bastante irregular en cuanto a la calidad final de las piezas; muestra fuertes deudas del estilo rotundo y enérgico de Juni contenido cada vez más a medida que avanzamos hacia el final del siglo XVI por la seriedad del estilo romanista, contención que acerca a los escultores de esta familia a otros como Esteban Jordán, caracterizado por la inexpresividad, ampulosidad de las figuras y su espíritu solemne, claramente contrarreformista.

Juan Mateo, Pedro, Andrés y Diego de Bolduque son los principales miembros del clan familiar, asentados en Medina de Rioseco. En un primer momento el taller familiar parece estar dirigido por Juan Mateo, figura poco conocida que hace su aparición precisamente labrando el túmulo que en este convento levantó la villa y el Almirante con motivo de las honras fúnebres del Emperador Carlos V.

De estilo manierista, vinculado al arte de Juni y otros escultores palentinos, trabaja en retablos como el de San Miguel de Tordehumos (junto a Antonio Martínez, activo también en Rioseco) o el mayor de la parroquial de Capillas (Palencia). Realizando esta obra fallece y es sucedido por sus hermanos, especialmente por Pedro, que será uno de los artistas castellanos más fecundos y de obra mejor conocida en las últimas décadas del XVI. Pedro de Bolduque, que debió haber nacido hacia 1550, terminó ese retablo y pasó, pocos años después, a involucrarse en la realización del retablo mayor de Santa María de Medina de Rioseco, obligado a seguir la traza originaria de Gaspar Becerra y la dirección de obra y modelos del mismo Juan de Juni, como vemos, dos de las figuras más significativas del panorama escultórico castellano del Renacimiento.

Cuando en 1577 fallece Juni, la obra pasa a manos del escultor romanista vallisoletano Esteban Jordán y se paga lo realizado por los diferentes maestros que habían participado en él, como Gaspar de Umaña o Francisco de Logroño. Por esta fuente sabemos que a Pedro de Bolduque se debe el Crucificado que remata el conjunto. En los años 80 del siglo XVI este escultor comienza una larga etapa segoviana, residiendo allí durante más de una década, trasladando casa y taller a Cuéllar. En Cuéllar se casa y realiza numerosos retablos y esculturas para la misma localidad, su tierra y para la catedral de Segovia. Finalizada esa etapa, ya en los años 90,

Pedro de Bolduque retorna a Medina de Rioseco, encarando su última y aún fructífera etapa. En su taller trabajaba ya de manera muy activa su sobrino Mateo Enríquez, que será su sucesor tras su muerte, acaecida en 1596. En esos últimos años realiza la reforma del retablo mayor de la parroquia riosecana de Santiago (1593), de donde proceden las imágenes de San Blas y San Esteban aquí mostradas (el Crucificado se conserva en la sacristía de la iglesia y el santo titular fue reaprovechado en el retablo mayor churrigueresco).

En esos momentos se relaciona intensamente con artistas asentados igualmente en esta villa como el ensamblador Pedro de Monesterio o el policromador Miguel de Saldaña. Mateo Enríquez, hijo de Juan de Bolduque, nacido en torno a 1570, aparece a la sombra de su tío Pedro, en cuyo taller se forma y trabaja hasta la muerte de éste.

Cobra y sale como fiador de su tío Pedro Bolduque en varios retablos, terminando aquellos que no pudo finalizar. En 1598 realiza el retablo, figura yacente del doctor Mena y otras obras para su capilla de Nuestra Señora de la Expectación del convento de San Francisco en Medina de Rioseco. Desarrolla una actividad importante, conservándose muy pocas de las piezas contratadas por él. En las que se conservan muestra un estilo deudor del de su tío, más seco y duro.

Las parroquias riosecanas y terracampinas son sus principales comitentes, trabajando junto al ensamblador Andrés Crespo, también vecino de Medina de Rioseco. En 1616 el gran escultor Gregorio Fernández le traspasa parte de la obra del retablo mayor de San Benito el Real de Sahagún., que no llegará a cumplir por su fallecimiento ese mismo año.

La desaparición de Mateo Enríquez supone también el cierre del último de los talleres locales de escultura de cierta entidad que permanecían abiertos en Medina de Rioseco. Esto ocurre en la segunda década del siglo XVII. La importancia y empuje de Valladolid como gran foco de producción artística (a cuya cabeza está Gregorio Fernández) deja poco espacio de maniobras para el desarrollo de talleres en estas localidades menores, salvo aquellos relacionados con las artes menores, como la orfebrería, el bordado.

Respecto a las artes lígneas en Medina de Rioseco, sólo algún tallista que perpetúa el apellido Enríquez y algún ensamblador de escasa entidad aparecen residiendo en ella. Casi todas las piezas se importan de Valladolid y otros focos. Son estas primeras décadas del XVII en las que se están levantando las nuevas fábricas de los templos, como Santa Cruz o Santiago, lo que dificulta la realización de más retablos y esculturas. Gregorio Fernández y su estela de discípulos y seguidores copan casi por completo la producción.

Alguna de las piezas realizadas por ese maestro llegan a esta localidad (Virgen del Carmen, Santa Clara), pero muchas más serán las oleadas de copias e interpretaciones que sobre su obra realizaron los que le sucedieron. A partir de los años 60 y 70 del siglo XVII el panorama cambia radicalmente. La construcción de las iglesias de Santa Cruz y Santiago terminan sus frentes principales al cerrarse las bóvedas y comienzan a plantearse su reamueblamiento, su redecoración.

El retablo mayor de Santa Cruz (1663), realizado por Juan de Medina Argüelles marca el triunfo del barroco, cada vez más recargado en lo ornamental con la utilización de columnas salomónicas, así como el asentamiento estable de nuevo en la ciudad de maestros ensambladores y escultores. El nuevo estilo barroco, esplendoroso y apabullante, fuertemente influenciado por lo madrileño, vallisoletano y salmantino, se produce en Medina de Rioseco con la llegada del arquitecto Felipe Berrojo de Isla, seguida inmediatamente por el ensamblador Juan de Medina Argüelles, el escultor Tomás de Sierra o el policromador Diego de Avendaño.

A estos tres nombres, quizá los más sobresalientes e innovadores, que hacen de Rioseco un foco cada vez más vivo y ciertamente avanzado, al menos respecto al resto de la Tierra de Campos, siguen los de los ensambladores y maestros retableros, como Juan Fernández, Manuel Salceda, Carlos Carnicero o Lucas González, todos ellos estrechamente vinculados entre sí por lazos laborales, familiares y parece que también afectivos, por lo que deja entrever la documentación.