La Colección

Tomás de Sierra

Tomás de Sierra llegó a la Ciudad de los Almirantes a comienzos de los años 80 del siglo XVII tras un periodo de formación en Valladolid, procedente de la localidad berciana de Santalla. Es entonces cuando se desposa con una riosecana y abre su taller en la calle Carpinterías, cerca de la iglesia de Santiago, la zona donde desde antiguo se asentaban ensambladores, escultores y carpinteros.

Tomás de Sierra mantendrá abierto este taller hasta el final de sus días. De él salió un largo linaje de artistas y una ingente cantidad de obras, retablos, relieves, esculturas de bulto, pasos procesionales... ya no sólo para el ámbito riosecano y terracampino, sino también para todo el área castellano-leonesa. La calidad de buena parte de su producción es notable.

A la influencia inevitable de Gregorio Fernández se suma un recuerdo evidente del arte de Juan de Juni, todo a través de un tamiz propio, creador de un estilo particular. Su fama llega a lugares recónditos de la geografía castellano leonesa: en un pequeño pueblo zamorano, Rabanales, cerca de la frontera portuguesa se le califica como “de los mejores maestros de Castilla” o “uno de los primeros maestros de España”. Virgen de los pobres (Tomás de Sierra) La producción escultórica de Tomás de Sierra avanza hacia el gusto rococó: su interés por lo anecdótico, la carga sentimental de rostros y actitudes, el movimiento sinuosamente ondulado de sus figuras previene del desarrollo posterior de la escultura.

El citado retablo mayor de la parroquial de Santiago, sus obras para la colegiata de Villagarcía de Campos, los retablos terracampinos de Villaumbrales, Fuentes de Nava, Lantadilla, Villamuriel de Cerrato, Herrín de Campos, Tamariz, Valverde de Campos, Villalba de los Alcores, etc... son sólo una muestra de su arte, que se extiende por toda Castilla y León.

El inventario del taller, a su muerte en 1725 nos habla del modo de trabajo y de la envergadura de su obra: más de 50 obras ya concluidas para la venta directa y para diversos encargos, 302 modelos de barro cocido, 82 de yeso y otros de cera, varios miles de estampas y libros relacionados con su arte, colocados aquí y allá en el taller, creando un espacio un tanto caótico donde podemos imaginarnos a un buen número de aprendices, oficiales y al mismo Tomás de Sierra dirigiendo e inspeccionando las obras.

Su fecundidad está relacionada también con la labor de sus hijos en el taller familiar: de sus 10 hijos al menos cinco estaban dedicados a labores artísticas y su hija Josefa casó con uno de los escultores que trabajaban en el taller familiar. Tomás les procuró una enseñanza en la casa paterna pero, como hombre de amplias miras, llegó incluso a enviar al más pequeño, Pedro, a completar su formación a la corte y Toledo. Francisco de Sierra, presbítero y escultor, participó muy activamente en el taller del padre, ya a comienzos del XVIII, y parece tomar su relevo al morir aquel. Traslación de San Pedro Regalado(Francisco de Sierra) José de Sierra, como no puede ser menos, es también escultor de cierta valía y Tomás “hijo” se afana el policromar las obras que producen su padre y hermanos con ricas policromías llenas de flores y motivos decorativos. Todos ellos, desde Rioseco, mantienen una activísima actividad, tanto para Tierra de Campos como para toda la región castellana, e incluso para el Pais Vasco, realizándose en Rioseco las esculturas y relieves necesarios para los retablos que trazaba y construía otro de sus hermanos, el franciscano fray Jacinto de Sierra (retablos de las Concepcionistas de Segura y Bidaurreta en Oñate).

Estos mantienen viva la llama y el estilo de su padre, pero saben evolucionar hacia un barroquismo cada vez más exaltado y teatral, vinculándose artística y familiarmente con otro de los grandes linajes artísticos del setecientos: los Tomé. Y, Pedro de Sierra, que sale del taller familiar riosecano para completar su formación en el elitista foco palaciego y posteriormente en el no menos importante de los Tomé, en Toledo, para terminar asentándose en Valladolid, siendo uno de los últimos grandes maestros barrocos castellanos. Retablos como el mayor de Rueda o la sillería del convento franciscano de Valladolid, en el que participa su hermano Jacinto son sólo alguna de las piezas más señalables de este escultor rococó, elegante y refinado, que realizó también para su ciudad natal obras como las esculturas de la fachada de Santa Cruz o el diseño de la linterna de la torre de santa María, expuesto en este museo. Y a ellos sucede una tercera generación de escultores, de menor importancia, a los que tocó vivir la crisis del arte Ilustrado.